lunes, 24 de diciembre de 2007

TERTULIA ( IV y V )


TERTULIA
Algunas ideas sobre la vida literaria ( IV y V )

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IV - Las raras relaciones de los literatos y los funcionarios. En todas partes los literatos y los funcionarios establecen relaciones muy complejas, pero aún lo son más donde los literatos no tienen oportunidad de organizarse independientemente según sus propios intereses y se ven obligados a buscar el auspicio de los funcionarios. Los funcionarios no son mecenas, y la mecánica interna de sus actos obedece a otros sistemas de fuerzas. Saben que su misión es el trato con el movimiento autoral, y los mejores se esfuerzan en convertir en productiva esa relación. Pero ellos y los literatos están incorporados a sistemas muy diversos, con rasgos a veces extraordinariamente diferentes. El funcionario no tiene por qué ser un creador, y es siempre un empleado estatal, que pone en función a una institución o dispositivo social para el fomento de la actividad creadora. En la mayoría de las ocasiones no tiene el poder ni la capacidad para intervenir ecológicamente en la fluencia aleatoria de la cultura, y se enmarca en lo que se encuentra estipulado para su frente de atención, según prescripciones y orientaciones internas de desarrollo instituidas desde arriba. Su facultad de diagnosis de un estado literario específico rara vez alcanza suficiente agudeza, pues no es parte orgánica de ese estado, y no tiene desarrolladas en él la intuición y la capacidad osmótica de entendimiento, que sirven en el literato ―tampoco en todos, solo en los de genuino talento― para captar las demandas y direcciones de un clima artístico, ni tiene a su servicio un instrumental científico idóneo para la auscultación profunda. El funcionario puede ser un literato, pero con ello se entra en zona llena de potencialidades y limitaciones. En cuanto literato, puede que disfrute ―se supone que en él sea más frecuente― de una capacidad de intelección más fina de su medio creador, por su sentido de pertenencia y su predisposición e información permanentes. Pero en cuanto funcionario está enmarcado, pues obedece a estrategias de otras instancias, que lo rebasan como artista. El funcionario que es literato se encuentra en una posición ética delicada, pues perteneciendo al campo de fuerzas dinámicas y conflictivas que es la vida literaria, ha de establecer una distancia virtuosa, que le permita influir positivamente sobre dicho campo. De todos modos, al escoger literatos para que ejerzan sus decisiones en los elementos componentes de la vida literaria, según los planes institucionales de fomento, cede su autoridad posible a creadores con los que no puede establecer contratos estéticos y que dictaminarán según sus belicosas pertenencias. Estamos refiriéndonos, desde luego, a funcionarios, sean literatos o no, que se encuentren plenamente identificados con sus encargos. Porque en ocasiones el funcionario, que solo actúa como un administrador o un trasmisor de directivas, o el literato, que está allí en los mecanismos de poder como parte de la estrategia de garantizar de alguna manera el éxito de su actividad creadora o la de los suyos, adquieren una influencia sobre el campo que resulta enteramente brutal para el desarrollo de la literatura.

V - No hay peor astilla que la del propio palo. Con frecuencia se oye a los literatos responsabilizar a los funcionarios de la existencia de determinadas deformaciones o injusticias del medio, pero esto es menos cierto de lo que se piensa cuando se refiere a legitimación, y no es a veces más que un artilugio o una fijación de una mala etapa histórica (aunque constantemente haya fuerzas tironeando hacia una implacable regresión del fenómeno). Realmente los funcionarios tienen mucha responsabilidad, pero ellos no dictaminan adentro del campo mismo. Todos los aspectos que tienen que ver con la conciencia estética, sus ensanchamientos o reducciones, escapan a sus posibilidades. Ellos estructuran las relaciones del Estado con el medio, pero delegan las actividades de distribución y conservación del valor enteramente literario. Cuando confieren valor directamente, resulta ser casi siempre de carácter extraliterario, por lo que en el medio ―sobre todo en los sectores más celosos de la inmanencia artística― la atribución puede ser observada con suspicacias y relecturas. La legitimación que pueden intentar los funcionarios es siempre puramente representativa desde el punto de vista literario, y la única legitimación que puede llegar a ser válida, en cuanto reconozca un tránsito genuino de la vida literaria a la literatura, la otorga el propio campo a través de todos sus componentes vivos que censan, avalan, interpretan, promueven, jerarquizan y conservan la información artística. Así que todo literato excluido, si no lo es por meras razones extraliterarias, cuyas maniobras suelen ser violentamente visibles o delicadamente instrumentadas, pero siempre interpretables para el afectado, debe probablemente su exclusión a una de las siguientes causas básicas: o su evidente insuficiencia artística, o las maniobras de otras conciencias literarias que ejercen con envidiable sutileza la capacidad de marginación de que disponen. Esa capacidad la adquieren al lograr un posicionamiento en el campo por aparentes o auténticos méritos artísticos, o por encontrarse incorporados a las tendencias dominantes, o por resultar vectores convenientes para los desideratos del poder. Ha de decirse, sin embargo, que las posibilidades de que los lectores puedan hallarse en condiciones de convertirse en una fuerza real y profunda de legitimación son hoy día escasas, y que toda legitimación proviene de hecho de otros literatos. Al adelgazarse la actividad crítica verdadera o esfumarse completamente, como sucede ahora mismo, se engruesa la alternativa legitimadora entre los propios literatos. Pero esta alternativa, en el orden factual, se vuelve un halar la sardina hacia la propia brasa, a veces tan resueltamente que produce la impresión de que el campo se ha tribalizado. Y en los componentes de la vida literaria que no tienen que ver directamente con la distribución del valor sino con ciertas prerrogativas o prestigios, se acumula de continuo una demanda que elabora con presteza sus propias jerarquías. Como los funcionarios se privan de establecer directamente jerarquías de índole artística, compulsados por sus deberes de atención y por sus intereses inmanentes, pueden equivocarse con honradez o impeler adrede el desarrollo de estas burbujas del valor. Son episodios de la vida literaria que suelen afectar momentáneamente la circulación de lo legítimo, pero de los que acaba levantándose la literatura con su perdurable riqueza.

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martes, 20 de noviembre de 2007

Tertulia (III)


TERTULIA
Algunas ideas sobre la vida literaria (III)



La vida literaria nunca tiene la unidad que aparenta. Como el campo donde transcurre el proceso está enormemente vectorializado, pues se están generando de continuo modos de representación que caracterizan los más opuestos y diversos intereses del tramado social, la vida literaria es siempre terreno minado. Solo se logra arrojar una impresión de unidad bajo el más feroz totalitarismo. Incluso el poblamiento y despoblamiento de tendencias, según leyes de emigración en busca del éxito, es una marca sociológica interna de lucha artística. En sociedades donde la lucha estética, inevitable en este campo, está vista bajo sospecha y controlada, esta se enmascara y encuentra válvulas oblicuas de expresión. Donde no es posible el manifiesto, por ejemplo, se recurre a la antología como exhibición de membresía, postulados y cuerpos textuales. Siempre hay muchas tendencias en contacto, y estableciendo entre sí múltiples tipos de relaciones. Unas que ejercen influencia sobre determinados sectores institucionales, otras que optan por subordinarse a la imperante, otras que escapan a la sombra esperando mejores momentos, otras que toman las áreas sociales abandonadas por la hegemónica, y otras que organizan la defensa y propagación por entre los intersticios detectados. Superado ese estado específico del proceso, suscita la impresión generalizada, y pasa a constituir una visualización histórica, de que la hegemónica lo fue porque era la más apta para representar la sensibilidad de determinado espacio-tiempo. Así como el poeta sabe que en la construcción del poema siempre hubo la posibilidad de tomar otra decisión expresiva, pero al lector se le antoja el poema como una construcción fatal, donde las decisiones tomadas parecen absolutamente incanjeables, nuestra visualización de las plasmaciones históricas nos parecen intransferibles y óptimas. La tendencia hegemónica, como toda entidad ideológica manipuladora, esculpe en su triunfo dos gestos básicos: se muestra como una derivación lógica de todo el decurso anterior e inculca que ella es el mejor espejo de su época o la matriz más actualizada del arte. Toda esta invisible novela parece reducirse a dos tendencias antagónicas: la que estaba en posesión del poder y la que considera que tiene el derecho a desplazarla. Las restantes tendencias que abigarran el campo, bien por debilidad artística o insuficiencia organizativa, quedan excluidas del drama. Puede que exista alguna tendencia viva con fuerza artística y suficiencia organizativa, pero puede ser barrida movilizando bloqueos o repulsiones extraliterarias. Se impone, de todos modos, la toma del poder literario. No importa que el Estado estipule que en arte las formas son libres, las tendencias permean de algún modo el sistema literario institucional, y desde allí ejercen un dominio artístico subrepticio. Los desplazados y los repelidos entienden el juego de fuerzas, aunque sea de modo instintivo, y toman las medidas pertinentes, que pueden ir desde la emigración estimativa e instrumental hasta la elaboración clandestina de literatura, momentáneamente fuera ya de toda vida literaria. Parece ser una ley, extraída de la observación de la práctica histórica, que los que toman el poder literario lo ejerzan implacablemente. Son extraordinariamente extrañas las democracias estéticas.

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© Roberto Manzano
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jueves, 8 de noviembre de 2007

El escritor y el mercado



EL ESCRITOR Y EL MERCADO
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El escritor está en general subordinado al mercado. Ya desde la invención de la escritura la comunicación se extiende y se pasa a necesitar un soporte material para lo escrito, ese objeto deviene el libro que para poder ser leído tiene que circular y entonces entra en un circuito de distribución, llámese como se llame y adopte la forma que sea. En los tiempos modernos la tecnología de impresión permite la producción masiva del objeto libro que entra a circular en el mercado como mercancía. En tanto mercancía se convierte en objeto de manipulación para producir plusvalía, beneficios. Tiene que ser objeto de una demanda, que si no existe se crea para provocar su consumo. Entonces tiene que ser publicitado, sus virtudes se tienen que predicar de la manera más convincente, y llegar al mayor número posible de consumidores potenciales. Corolario. Para que la publicidad sobre un libro ocupe tiempo y espacio en los medios de difusión masiva no basta su supuesto 'interés intrínseco', sino que tiene que tener potencial como fuente de beneficio para la entidad que lo pone a disposición de los potenciales compradores a que acceden esos medios. Es decir la entidad tiene que contar con numerosos ejemplares del libro que se supone querrá adquirir un porcentaje de los lectores o espectadores de los medio de difusión/comunicación masiva. Otro corolario. Por lo general, en los medios de comunicación masiva sólo se harán críticas de los libros que representen un valor comercial actual o potencial. Aunque la accesibilidad de la forma y contenido ayudan, y podrían ser directamente proporcionales a las posibilidades de venta, esto en principio no se restringe a estilos de escribir o a orientaciones estético literarias, ideológicas, etc. Un texto muy anti sistema y absolutamente a contrapelo de las convenciones literarias vigentes se puede empaquetar y ofrecer para la venta a través de los canales pertinentes, si un empresario está dispuesto a correr el riesgo. Otro corolario más, convenientemente adicionado, será que la Crítica Literaria, tanto a nivel periodístico como a nivel universitario, están subordinadas al LIBRO comprable, que circula, a la mercancía libro. Si no el libro en librería, la obra inédita o inaccesible en tanto fuente de otros textos y actividades que a su vez reportan beneficio. Dentro de los atributos valóricos que dan 'atractivo' a la obra en tanto mercancía libro, están los que se atribuyen a la obra y al autor en tanto su productor. Así se valora por ejemplo la independencia y autosuficiencia de la obra literaria, su autonomía, su belleza estética según cánones universales, la universalidad de su contenido, su carácter de reflejo fidedigno, la excelencia de los valores que presenta. El escritor deberá ser una figura interesante, problemática, atormentada y romántica, o el prototipo del antihéroe, que se sienta a la vera de la Sociedad y del Sistema y los contempla con mirada crítica.

La obra literaria, así inserta en la circulación, forma parte del universo alternativo que refleja la así llamada 'realidad' en forma mediada, ya que el conocimiento humano -según Lucaks, en su versión científica y artística- es estructuralmente mediado. Así, quiéralo o no y por encima y por debajo de todos los distanciamientos, complejidades y simplezas de estilo, el escritor trae a presencia ese reflejo, que en última instancia es revelación y conocimiento. El escritor labora en las filas de los productores de sentido y por tanto tiene una necesidad social al producir referentes que a su vez refieren. Siendo así, su labor y la accesibilidad a su obra, su formación y capacitación debieran funciones capitales de la educación y la cultura. Debido a que no hay lo que podríamos llamar un proceso de circulación social orgánico, ni de la mercancía literaria-el libro-ni de cualquier otra mercancía socialmente necesaria, la difusión literaria es defectuosa con respecto a su demanda-que abarca en principio y en teoría la comunidad social total-y a su oferta-, que comprende a su distribución y sobre todo a su producción. Entonces está sujeta, como los otros objetos de necesidad y como los necesitandos, a la distorsión del mercado, que tuerce los objetos de necesidad y la necesidad en el sentido del 'provecho' comercial.

Por otro lado, la literatura forma parte importante de la estructura histórico-institucional de la nación estado, el mundo, el continente etc., sus contenidos canónicos o canonizados se pasan en las escuelas públicas, representan el acerbo y carácter nacionales. El sistema filtra los contenidos y valores a trasmitir y el formato del medio según eventuales necesidades pedagógicas, que siendo universales, es decir tratando de obtener la mayor difusión y accesibilidad posibles, imponen normas genéricas, de empaque y presentación etc. que tienden a la mayor simplificación, según los diferentes contextos-un sistema educativo destinado principalmente a burguesías cultas o la nobleza diferirá de uno socialista de educación popular universal. Los formatos de libro, de poesía, novelas o cuentos, ensayos, teatro, con géneros fácilmente reconocibles, bien delimitados y claros, por ejemplo con poemas estilo composición que versan sobre sentimientos o situaciones definidas y reconocibles como propios por la mayor cantidad de lectores- serán otro determinante de estilos, escuelas literarias, manifiestos, políticas culturales, etc. Es decir, ¿Se imaginan por ejemplo al Canto del Macho Anciano en un libro de texto de primer ciclo en lugar de los Veinte Poemas de Amor?. El mercado y las necesidades 'educacionales' del sistema determinan los estilos y la crítica.

Así, el espacio de difusión del escritor contemporáneo determina su producción y orienta su estilo y contenidos. En una época de globalización, que implica entre otras cosas la intensificación de la dependencia cultural respecto al centro metropolitano globalizador -el mundo desarrollado anglófono-, y la homogeneidad y simplicidad de las mercaderías y de la transacción comercial, se acentúan las características comerciales del libro. Esto enfrenta al escritor a una disyuntiva. O se escribe para el mercado -que dicho sea de paso significa reconocimiento público e incluso ingresos, por la imbricación de comercialización y comentario/crítica- o se escribe para intentar establecer algo nuevo, para corroer o reemplazar al sistema, etc., impulsos que suelen gatillar a la mayoría de los escritores jóvenes y que implica novedades formales y de contenido cuya comercialización no se puede asegurar, aunque no sea imposible.

Frente a esto los nuevos medios electrónicos y el micromercado son dos caminos posibles. El micromercado, es decir la representación, advocación y difusión principalmente de y en la comunidad -socioeconómica, cultural, etnolingüística, genérica, ideológica, incluso religiosa-, posibilita no sólo la difusión al interior del grupo y fuera del mismo como portavoz, sino que tiene al carácter positivo y concreto de un actuar, de un activismo cultural que viene a aportar algo parecido a una praxis política de los escritores -vaya el ejemplo de Poetas del Mundo(
http://www.poetasdelmundo.com/), Poetas Antiimperialistas de América (http://poetas.com/), taller Cultural Sur-. A su vez, la difusión virtual tiene el potencial de saltarse al mercado, al menos por ahora, y llegar a un infinito imprecisable de lectores. Mientras el sistema no llegue a soluciones comerciales y a una censura eficaz, los medios virtuales tienen la posibilidad de poner en entredicho a la institución literaria tradicional vigente basada en el mercado.

Pero, a la vez, el medio propone sus propias exigencias (cosa que hay que asumir y tratar de desarrollarse con ellas, si queremos llegar): como lo son el texto breve y pareciera, la sencillez, aunque nadie impide al autor de corte experimental o vanguardista intentar la difusión masiva de su trabajo en forma antes inédita para él.
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Ya no hay que tomar un avión para escribir con humo en los cielos de Nueva York.
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© Jorge Etcheverry (24.10.2007)
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jueves, 1 de noviembre de 2007

Tertulia (II)


TERTULIA
Algunas ideas sobre la vida literaria (II)
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El proceso literario parece estar sujeto a una dinámica especial. Es evidente que lo literario transcurre en un proceso, y como todo proceso su modo de realización material es una sucesión de estados. Esos estados tienen fuentes dinámicas internas, que tienen que ver con el desarrollo y acumulación de los resultados de los estados anteriores del propio proceso plasmador, y fuentes dinámicas externas, que tienen que ver con las circunstancias y demandas de procesos superiores incluyentes en los que nacen sus nuevas representaciones y tecnologías. La vida sociohistórica y la literatura misma son sus plataformas de suscitación, ajuste y despliegue. Pero para que este movimiento exista, el proceso literario urge de poleas motrices que empujen los saltos de un estado a otro. Solo hay proceso si se vertebran estados consecutivos, y solo es posible la transición de un estado a otro si en cada uno de ellos fuertes poleas dinamizan los cambios. Haciendo abstracción de las inconmensurables fuerzas de toda índole que actúan sobre el campo literario, y enfocando su estructura peculiar, se observa que más allá de las fuentes dinámicas señaladas hay un motor interno indudable: la lucha de tendencias. El campo se encuentra en marcha porque posee un interior conflictuado. Siempre hay muchas tendencias en el campo, y se encuentran en permanente batalla. Dadas unas determinadas circunstancias, una tendencia toma el campo e imprime su hegemonía estimativa e instrumental. Algunas tendencias desaparecen, y otras se tornan clandestinas o alternativas. La tendencia hegemónica conquista el sistema y tiende, por naturaleza propia, a ejercer una tiranía y una duración representacional que el fluir inagotable de la vida sociohistórica no soporta. Las desaparecidas pueden rearmar sus huestes ante las nuevas contingencias de la sensibilidad, pero lo más frecuente es que las sumergidas y las alternativas sin poder intensifiquen su lucha y alguna de ellas desplace a la hegemónica. Con una nueva hegemónica, y superado un período de satisfacción representativa, ella misma facilita sin querer, si no la sostienen grandes fuerzas extraliterarias, el arribo a la luz de nuevas tropas de choque. Como los jóvenes en todas partes constituyen el grueso de los ejércitos, en la mayoría de las ocasiones, aunque no es una regularidad de la literatura sino de la vida literaria, ellos son los portaestandartes de los gestos más radicales. En la misma medida en que estos gestos sean más radicales, más rápidamente será perdida la hegemonía, pues parece ser una ley estética, como lo es en la visión darwinista, que la especialización excesiva de las variaciones concluya en una rama muerta del árbol de la evolución.

© Roberto Manzano
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lunes, 29 de octubre de 2007

Tertulia (I)


TERTULIA
Algunas ideas sobre la vida literaria (I)

Hay que distinguir la vida literaria de la literatura. Con frecuencia dominamos un postulado o manejamos un concepto sin extraer de ellos todas las implicaciones pertinentes. No somos lo suficiente consecuentes con la premisa, y nuestra capacidad deductiva es realmente limitada. Aquel que toma un axioma como punto de partida y es capaz de avanzar coherentemente hasta las últimas consecuencias, se asombra de cómo el pensamiento común se autolimita en sus propias búsquedas. Todos en el medio literario, ya a esta altura del desarrollo del conocimiento, sabemos que no es lo mismo literatura que vida literaria. Sin embargo, en nuestras reflexiones y en nuestros mecanismos identificatorios, olvidamos mucho la diferencia y confundimos fenómenos, interpretaciones y valores de ambas esferas del proceso literario. Y esta distinción no solo es bueno tenerla en cuenta en el orden teórico, sino también, y en ocasiones de modo capital, en el terreno práctico donde transcurren nuestras acciones como autores. Si sabemos discernirlas, a pesar de sus interdependencias rigurosas, comprendemos muchas conductas, juicios y posicionamientos de este tipo de vida cultural en sus propias médulas. Hay regularidades del proceso literario que se cumplen dentro de nosotros mismos como impulsos muy personales, y de los cuales tenemos la sensación que los hemos producido con absoluto albedrío, sin advertir ni de lejos las fuerzas exógenas que nos han convertido en sus vectores de plasmación. Y a veces vemos un hecho de la vida literaria como un acto de la literatura, cuando en un increíble número de ocasiones no son verdaderamente idénticos o permutables. La jerarquización de Ramón Campoamor y la no jerarquización de Bécquer en la misma época revelan un problema de la vida literaria cuyos valores jerárquicos la literatura invirtió definitivamente. Y se pudieran detallar fenómenos diversos, pues ambas esferas, que se intersecan profundamente, poseen una complejidad tremenda, lo mismo en los aspectos diacrónicos que sincrónicos. Como fama y talento, como reconocimiento y valor, como creación y lucidez son extremos que se tocan menos de lo que uno se imagina, puede observarse entre muchos de los mismos protagonistas de este quehacer artístico las más asombrosas indistinciones y las más lerdas manipulaciones del proceso en que se encuentran inmersos o de los estados anteriores del flujo literario al que se incorporan.

© Roberto Manzano
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sábado, 27 de octubre de 2007

Los días del día



LOS DÍAS DEL DÍA
(a dos manos)


Me imagino que, por más cristiano que se sea, no haya alguien que se le ocurra festejar las inquisiciones; por más aberraciones que se alberguen, no haya alguien que se le ocurra confundir las cenizas judías de Auschwitz con pura nieve, y dejar que se derrita en las memorias tanto desespero, tanto horror cercano.

Así, ¿hay algo que festejar el 12 de octubre?

América Latina, Hispanidad, Raza: ¿Día?; pues sí, y sin rencor en la raiz, hay que agradecer el que, de cierta forma, ahora todos nos comunicamos en español (castellano evangelizado).

¡Dejémoslo pues en Encuentro de Culturas!

© JB (12.10.2007)


Hay que marcar (no festejar) el descubrimiento o, mejor, conquista de América. Es una fecha histórica que produjo una nueva realidad (irreversible, claro), como un bebé que nace ensangrentado.

Nosotros marcamos el re-nacimiento del continente desde los ojos noroccidentales, una nueva realidad con una nueva demografía, que recién empieza a dar sus primeros pasos (aun después de más de cinco siglos).

La historia vista por los ojos del corazón es una sucesión de calamidades y hechos de sangre, masacres y opresiones.

Pese a la gestación de la nueva realidad americana, en los tiempos modernos han desfilado ante nuestros ojos millones y millones de muertos y esclavos, las miríadas de sus descendientes hacinados, superviviendo en la miseria y la degradación de las megápolis latinoamericanas.

La tinta con que se escribe esta historia en castellano es la sangre. No hay una versión vasca, catalana o gallega.

El hombre blanco desplegó su cultura en la punta de la espada pero, de algún modo, permitió la progenie mestiza de trabajadores y administradores, la supervivencia del indio como fuerza esclava.

Ya en el Norte, sin hispanidad, las poblaciones indígenas también son exterminadas, en la medida de lo posible, por el canuto alglosajón, imbuido de la grotesca ética del trabajo y la ganancia personal, que el Antiguo Testamento y el Cristo de los Evangelios describieron como maldición por el Pecado Original, y como un obstáculo insuperable para acceder al Cielo: la ganancia personal, la riqueza (ver para creer).

© Jorge Etcheverry (12.10.2007)
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miércoles, 24 de octubre de 2007

Historias de Cronopios y de Famas


Julio Cortázar y su
Historias de Cronopios y de Famas



Cuando los Famas salen de viaje, sus costumbres al pernoctar en una ciudad son las siguientes: Un fama va al hotel y averigua cautelosamente los precios, la calidad de las sábanas y el color de las alfombras. El segundo se traslada a la comisaría y labra un acta declarando los muebles e inmuebles de los tres, así como el inventario del contenido de sus valijas. El tercer fama va al hospital y copia las listas de los médicos de guardia y sus especialidades.
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Terminadas estas diligencias, los viajeros se reúnen en la plaza mayor de la ciudad, se comunican sus observaciones, y entran en el café a beber un aperitivo. Pero antes se toman de las manos y danzan en ronda. Esta danza recibe el nombre de "Alegría de los famas".
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Cuando los Cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a otros: "La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad". Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los cronopios.
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Las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los hombres, y son como las estatuas que hay que ir a verlas porque ellas ni se molestan.