TERTULIA
Algunas ideas sobre la vida literaria (III)
La vida literaria nunca tiene la unidad que aparenta. Como el campo donde transcurre el proceso está enormemente vectorializado, pues se están generando de continuo modos de representación que caracterizan los más opuestos y diversos intereses del tramado social, la vida literaria es siempre terreno minado. Solo se logra arrojar una impresión de unidad bajo el más feroz totalitarismo. Incluso el poblamiento y despoblamiento de tendencias, según leyes de emigración en busca del éxito, es una marca sociológica interna de lucha artística. En sociedades donde la lucha estética, inevitable en este campo, está vista bajo sospecha y controlada, esta se enmascara y encuentra válvulas oblicuas de expresión. Donde no es posible el manifiesto, por ejemplo, se recurre a la antología como exhibición de membresía, postulados y cuerpos textuales. Siempre hay muchas tendencias en contacto, y estableciendo entre sí múltiples tipos de relaciones. Unas que ejercen influencia sobre determinados sectores institucionales, otras que optan por subordinarse a la imperante, otras que escapan a la sombra esperando mejores momentos, otras que toman las áreas sociales abandonadas por la hegemónica, y otras que organizan la defensa y propagación por entre los intersticios detectados. Superado ese estado específico del proceso, suscita la impresión generalizada, y pasa a constituir una visualización histórica, de que la hegemónica lo fue porque era la más apta para representar la sensibilidad de determinado espacio-tiempo. Así como el poeta sabe que en la construcción del poema siempre hubo la posibilidad de tomar otra decisión expresiva, pero al lector se le antoja el poema como una construcción fatal, donde las decisiones tomadas parecen absolutamente incanjeables, nuestra visualización de las plasmaciones históricas nos parecen intransferibles y óptimas. La tendencia hegemónica, como toda entidad ideológica manipuladora, esculpe en su triunfo dos gestos básicos: se muestra como una derivación lógica de todo el decurso anterior e inculca que ella es el mejor espejo de su época o la matriz más actualizada del arte. Toda esta invisible novela parece reducirse a dos tendencias antagónicas: la que estaba en posesión del poder y la que considera que tiene el derecho a desplazarla. Las restantes tendencias que abigarran el campo, bien por debilidad artística o insuficiencia organizativa, quedan excluidas del drama. Puede que exista alguna tendencia viva con fuerza artística y suficiencia organizativa, pero puede ser barrida movilizando bloqueos o repulsiones extraliterarias. Se impone, de todos modos, la toma del poder literario. No importa que el Estado estipule que en arte las formas son libres, las tendencias permean de algún modo el sistema literario institucional, y desde allí ejercen un dominio artístico subrepticio. Los desplazados y los repelidos entienden el juego de fuerzas, aunque sea de modo instintivo, y toman las medidas pertinentes, que pueden ir desde la emigración estimativa e instrumental hasta la elaboración clandestina de literatura, momentáneamente fuera ya de toda vida literaria. Parece ser una ley, extraída de la observación de la práctica histórica, que los que toman el poder literario lo ejerzan implacablemente. Son extraordinariamente extrañas las democracias estéticas.
Algunas ideas sobre la vida literaria (III)
La vida literaria nunca tiene la unidad que aparenta. Como el campo donde transcurre el proceso está enormemente vectorializado, pues se están generando de continuo modos de representación que caracterizan los más opuestos y diversos intereses del tramado social, la vida literaria es siempre terreno minado. Solo se logra arrojar una impresión de unidad bajo el más feroz totalitarismo. Incluso el poblamiento y despoblamiento de tendencias, según leyes de emigración en busca del éxito, es una marca sociológica interna de lucha artística. En sociedades donde la lucha estética, inevitable en este campo, está vista bajo sospecha y controlada, esta se enmascara y encuentra válvulas oblicuas de expresión. Donde no es posible el manifiesto, por ejemplo, se recurre a la antología como exhibición de membresía, postulados y cuerpos textuales. Siempre hay muchas tendencias en contacto, y estableciendo entre sí múltiples tipos de relaciones. Unas que ejercen influencia sobre determinados sectores institucionales, otras que optan por subordinarse a la imperante, otras que escapan a la sombra esperando mejores momentos, otras que toman las áreas sociales abandonadas por la hegemónica, y otras que organizan la defensa y propagación por entre los intersticios detectados. Superado ese estado específico del proceso, suscita la impresión generalizada, y pasa a constituir una visualización histórica, de que la hegemónica lo fue porque era la más apta para representar la sensibilidad de determinado espacio-tiempo. Así como el poeta sabe que en la construcción del poema siempre hubo la posibilidad de tomar otra decisión expresiva, pero al lector se le antoja el poema como una construcción fatal, donde las decisiones tomadas parecen absolutamente incanjeables, nuestra visualización de las plasmaciones históricas nos parecen intransferibles y óptimas. La tendencia hegemónica, como toda entidad ideológica manipuladora, esculpe en su triunfo dos gestos básicos: se muestra como una derivación lógica de todo el decurso anterior e inculca que ella es el mejor espejo de su época o la matriz más actualizada del arte. Toda esta invisible novela parece reducirse a dos tendencias antagónicas: la que estaba en posesión del poder y la que considera que tiene el derecho a desplazarla. Las restantes tendencias que abigarran el campo, bien por debilidad artística o insuficiencia organizativa, quedan excluidas del drama. Puede que exista alguna tendencia viva con fuerza artística y suficiencia organizativa, pero puede ser barrida movilizando bloqueos o repulsiones extraliterarias. Se impone, de todos modos, la toma del poder literario. No importa que el Estado estipule que en arte las formas son libres, las tendencias permean de algún modo el sistema literario institucional, y desde allí ejercen un dominio artístico subrepticio. Los desplazados y los repelidos entienden el juego de fuerzas, aunque sea de modo instintivo, y toman las medidas pertinentes, que pueden ir desde la emigración estimativa e instrumental hasta la elaboración clandestina de literatura, momentáneamente fuera ya de toda vida literaria. Parece ser una ley, extraída de la observación de la práctica histórica, que los que toman el poder literario lo ejerzan implacablemente. Son extraordinariamente extrañas las democracias estéticas.
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© Roberto Manzano
....correos electrónicos: manzano@cubarte.cult.cu - poesia@icl.cult.cu
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