miércoles, 24 de octubre de 2007

Historias de Cronopios y de Famas


Julio Cortázar y su
Historias de Cronopios y de Famas



Cuando los Famas salen de viaje, sus costumbres al pernoctar en una ciudad son las siguientes: Un fama va al hotel y averigua cautelosamente los precios, la calidad de las sábanas y el color de las alfombras. El segundo se traslada a la comisaría y labra un acta declarando los muebles e inmuebles de los tres, así como el inventario del contenido de sus valijas. El tercer fama va al hospital y copia las listas de los médicos de guardia y sus especialidades.
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Terminadas estas diligencias, los viajeros se reúnen en la plaza mayor de la ciudad, se comunican sus observaciones, y entran en el café a beber un aperitivo. Pero antes se toman de las manos y danzan en ronda. Esta danza recibe el nombre de "Alegría de los famas".
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Cuando los Cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a otros: "La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad". Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los cronopios.
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Las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los hombres, y son como las estatuas que hay que ir a verlas porque ellas ni se molestan.


1 comentario:

Jorge Bousoño dijo...

JULIO CORTÁZAR: DE POETA A CRONOPIO
Por: Fernando Alberto Vargas[1]
e-mails: profetus@hotmail.com - fvarva@yahoo.com
http://www.redyaccion.com/jcortazar.htm
“En lo más gratuito que pueda yo escribir asomará siempre una voluntad de contacto con el presente histórico del hombre, una participación en su larga marcha hacia lo mejor de sí mismo como colectividad y humanidad”

JULIO CORTÁZAR

(Carta del 15 de diciembre de 1967 a Roberto Fernández)



“Conozco perfectamente bien mi egoísmo,
sé que mis versos son omnívoros, pero he de seguir escribiéndolos,
y te llevaré, quienquiera que seas, a mi nivel”
WALT WHITMAN (“Hojas de Hierba”)



Varias veces, en tertulias y disertaciones entre vino, jazz y soledades compartidas, en cafés y bares (lugares donde realmente se aprende a vivir), me han preguntado, sabiendo mi obsesiva afición por la obra de Julio Cortázar, qué significa la palabra “Cronopio”.

Después de haber contestado cosas diferentes, apenas sostenidas por un hilo sonambúlico llamado Julio, inventor de ciudades que se caen de tanta felicidad, he llegado a la conclusión de que el cronopio, “ese ser desordenado y tibio”, es un poeta colectivo. En otras palabras, los poetas de todos los tiempos, y sobretodo bajo el sistema de producción capitalista, se han caracterizado por una triste y oscura soledad que los obliga a crear nuevos mundos donde la poesía se torna colectiva y las cosas tienen nuevos nombres, victoriosos, que vistos de cerca, representan una ruptura total con la agonía.

Los poetas sueñan, desde el fondo de su sangre, una sociedad poética colmada de Eros y libertad; y el cronopio es el ciudadano de una sociedad de ese talante, es una clase social o estado del espíritu que permite hacer de la poesía una conciencia real dentro de un espacio y tiempo determinados. El cronopio es la oportunidad que se da el hombre para hacer de su sociedad una obra de arte, un poema genial, conciencia de la necesidad de ser poetas como colectividad y como humanidad.


Por eso es que actualmente los famas, amigos del poder y de la señora seriedad, viven molestando, burlándose y rompiéndole el alma a los cronopios que buscan ocupaciones raras, felices, basadas en lo extraordinario. En tanto sedientos de lo fantástico, los cronopios vienen a ser vulnerados, en términos de su ensoñación objetiva, léase libertad, por las costumbres viejas y arrugadas de unos famas que temen caerse de espaldas o que etiquetan los recuerdos y los cuelgan de las paredes de la sala.

Para otros lectores de Cortázar, los cronopios son simplemente: niños. Esta interpretación no es descabellada en tanto la relación fama-cronopio es una relación lineal, vertical, en la que los cronopios juegan a tatuar el agua, a devorarse el mundo como si fuera una galleta, mientras los famas están ocupados en el Gran Asunto, adheridos a la Gran Costumbre, explicando lo inexplicable, comprando el diario para tragárselo en ayunas, coqueteándole a las esperanzas con nudos de corbata que los ahorcan, aglutinados en conciertos de piano que quiere romperse, felices porque tienen un reloj-pulsera al que se condenaron a darle cuerda… mientras tanto, los cronopios están vendiendo trocitos de agua de colores, adornando monumentos con trozos de mangueras amarillas; siguiendo con la vista una baba del diablo; buscando la llave de la puerta en la mesa, en el cuarto, en la casa, en la calle, hasta quedarse por fuera y saberse sin llave para abrir la puerta; recetando para los males del cuerpo un ramo de rosas; odiando a sus padres.

En medio de tregua y catala, los cronopios asumen el mundo como algo que necesariamente debe ser roto por una pelota, o por un beso. Así, hay una relación directa entre ser niño, ser poeta y ser cronopio: la ensoñación total de los instantes enredados en los juegos. En el fondo, ser poeta es pasársela jugando con el lenguaje, arrancándole los brazos, estrellándolo contra las paredes, limpiándolo con la panza después de estropearlo en los charcos de la calle. En el fondo, también, ser revolucionario (léase cronopio), significa beberse en ayunas el mundo y quejarse todo el día por el dolor de estómago; adherirse a la piedra para esperar que le nazcan alas para que, en vuelo, podamos lanzarle mariposas. Y ser niño es simplemente andar boquiabierto descubriendo el mundo con las uñas, odiando lo negro y lo blanco, amando el marrón de las eras imaginarias, construyendo la historia a cuenta de cantos y raspones en las rodillas… Invención de una ciudad de hombres y mujeres limpios de sombra y aptos para el amor verdadero…


De esta forma, sólo un cronopio, o alguien con alma de cronopio, a saber, un poeta, “un gigante con cara de niño”, podía imaginarse la existencia de seres delirantes como los cronopios. Y ese alguien que nada por ahí, es Julio Cortázar.


Cortázar apareció en el mundo grandilocuente de la literatura con un libro de poemas títulado “Presencia”. Lo firmó con el seudónimo de Julio Denis. Pero ese poeta formalmente representado en Presencia trascendió toda su obra. Dentro de sus cuentos y narraciones, dentro de sus novelas se esconde (o se muestra) la necesidad vital de construir un mundo poético a partir de la imaginación. En toda su obra se define el POETA que era, independientemente de la forma como su poesía se mostrara al mundo: como novela, como cuento, o como apología.


Por un lado, Cortázar sufre tres secuencias espermáticas que lo enternecen: el tango, el jazz y el blues. La construcción de un paradigma jazzístico acorde al mundo literario es un esfuerzo libertario desde cualquier punto de vista; genéticamente el jazz, el tango y el blues son manifestaciones vitales de quienes quieren la libertad a toda costa y se les es negada; y la literatura objetivamente hermosa es la que construye un hombre nuevo, alejado de los prejuicios y de las farsas a las que el mundo circundante lo condena.

Esta pasión en Cortázar es la construcción existencial del ambiente poético por antonomasia. Precisamente, la preocupación existencial de un hombre que camina por las calles de París llevando, tras su traje de Lejana, entre rodilla y cinturón, la necesidad de gritar los dolores de su patria y de su continente; la paradoja de este gigante boquiabierto que juega a encontrar flores amarillas en los andenes grises, de este Merlín americano que asume el existencialismo libertario de Sartre como una premisa para el humanismo, basado en el paradigma surreal en el que el hombre descubre su capacidad subversiva y verdaderamente creadora en una lucha por trastornar el lenguaje que se tomó el poder, como se ha tomado nuestras casas a diario, todas estas secuencias saxofónicas son, en esencia, el indicio indefectible de una byos poética, a saber, de una forma de vida basada en la poesía. Poesía tal y como la concibió Aristóteles: construcción de lo universal a partir de las sensaciones; poesía tal y como debemos entenderla en estos tiempos: como “poiesis”, creación original de “otras realidades que dan respuesta”.


Cortázar, como bien se sabe, es un crítico asiduo de las formas líneales y ortodoxas de literatura; asume la realidad como un absurdo que debe destruirse con el absurdo. No cree en todos los “escritores”. Pero si se sabe heredero de varios muertos fenomenales: Lautreamónt, Baudelaire, Rimbaud, Borges, Poe, Carrol, Blake, Cocteau, Breton, Artaud, Eluárd, Hernández, García Lorca… en estas lecturas se forman la ternura y la soledad de Julio. En medio de versos nace su propuesta de poetizar toda la literatura, desde el ensayo hasta la novela. Y así, Morelli, su otro alter-ego en Rayuela, plantea la necesidad de superar la novela lineal y poetizarla… colmarla de tropos, enredarla en el laberinto de la mente y el alma, diluirla en la quintaesencia del sujeto metafórico. Cortázar asume una postura crítica frente al “escritor” y al “intelectual” modernos cuya razón se basa en una tradición europeista con demencia senil en la que el libro se convierte en un diocesillo que, aunque amisto y gárrulo, mediatiza el ámbito creador, hasta el punto de unirse a las multinacionales en una lógica de mercado donde no sólo la obra literaria, como mensaje y como montón de palabras en montón de hojas entre dos solapas, sino también el escritor, como persona, como género y como clase, vienen a ser mercancía transnacional. Esta postura crítica, basada en su fe en dadá y en el surrealismo, en la construcción de un escritor rebelde, insurrecto y genial, que haga de las palabras un laberinto explosivo y alucinante que vulnere de alguna forma los postigos de la realidad avasalladora, es una sublimación del paraíso artificial poético que reconoce las pequeñas conquistas de los poetas, desde Safo, pasando por los juglares medievales y el romanticismo francés, hasta el bueno de Antonin Artaud.


Así, Cortázar habrá de comportarse como un poeta, en cualquier lugar y en cualquier instante. Como hemos intentado mostrar, en el acto de escritura, a pesar de disfrazarse de cuentista, de novelista o de ensayista, Cortázar guarda y desnuda, en un juego pendular, la esencia del quehacer poético. Así, no es poeta solamente el que hace versos sino el que los vive. Para citar sólo apenas un ejemplo de la necesidad que se imponía Cortázar de poetizar campos como la novela, en Notas sobre la novela contemporánea, escritas en 1948, Cortázar sostiene que “una novela comportará asociación simbioica del verbo enunciativo y el verbo poético, o mejor, la simbiosis de los modos enunciativos y poéticos del idioma”. No olvidemos tampoco que, para Cortázar, la novela era un monstruo, “grifo convertido en animal doméstico”. Cortázar, más exactamente, propone la universalidad estética del quehacer literario. Esta pretensión es estructuralmente poética: el poeta es el ciudadano del universo, es el ejercitador de los caballos de la universalidad. Por eso, Cortázar propone la abolición de las fronteras, en el caso de la literatura, de “la frontera preceptiva de lo poemático y lo novelesco”[2], lo que significa el final del prejuicio, la sublimación de una sensibilidad libertaria basada en la utopía, en la posibilidad de “reunir en una sola concepción espiritual y verbal empresas en apariencia tan disímiles como The Waves, Duineser Elegien, Sobre los Ángeles, Nadja, Der Prozess, Residencia en la Tierra, Ulises y Der Tod des Vergel"[3].

De estas premisas, Cortázar desea sacar al hombre del Anillo de Moebious que lo obliga a asumir los discursos del poder como propios. Pero el poder, como diría otro poeta sucio de tiempo, no servirá para nada si no hay de por medio un ethos poético, una finalidad incendiaria. Para esto, el hecho de escribir sin renunciamientos, es decir, el hecho de que, en la obra de Cortázar, “entre un libro y otro no haya alejamiento, sino concentración y complementación de unos elementos que son los que constituyen su particular cosmovisión”[4], requiere una actitud poética frente a la vida. Así lo han apreciado poetas que convivieron pequeños instantes con él. Para Octavio Paz, coloso poeta, las novelas y cuentos de Cortázar “son vasos comunicantes entre los ritmos callejeros de la ciudad y el soliloquio del poeta (…) Horror y belleza: todo junto”. Mario Benedetti dijo alguna vez que el arte de Cortázar “consistió en tratar las obsesiones del alma, el impiadoso destino de los hombres, como un juego permanente, como una profanación saludable y revitalizadora”. Eduardo Galeano, en un grito desaforado y por tanto hermoso, dice que “Julio es una larga cuerda con cara de luna; la luna tiene ojos de estupor y melancolía”. Y José Lezama diría que Cortázar “decapita el tiempo para hacerlo surgir con otra cabeza y nos quita nuestra mirada para darnos la nueva visión”.

La esencia poética de Cortázar se confirma aun más en su cotidianeidad. Como es sabido, Cortázar no simpatizaba con los aquelarres literarios ni rendía cultos a personalidades. A pesar de su amor por el surrealismo, vivía en la misma ciudad de Breton y Eluárd, pero nunca los visitó. Compartió sólo pequeños instantes con viejos geniales como García Márquez y Carlos Fuentes, entre muchos otros. Pero nunca se mostró amigo de tomar el té en las casas de los Poetas, porque asumía tal cosa como un atentado a la soledad. Pero cuando conoció al otro Merlín, a José Lezama Lima, sintió la necesidad de visitarlo y de crear una amistad tan necesaria para el mundo, como la de Ernesto Guevara y Fidel Castro, ambos (igualmente) argentino y cubano[5]. La admiración que Cortázar sentía por el poeta cubano radicaba en que Lezama Lima logró replantearse el lenguaje a partir del asombro y del mito, sin salirse nunca de la poesía. Esta literatura alquímica, la de Lezama y la de Cortázar, les permitió el abrazo en la Habana y la complicidad epistolar, basada en la admiración mutua y en la necesidad de un mundo erótico, del nacimiento de lo verdaderamente posible (por imposible) a partir de la esencia poética.

Podemos concluir, al fin, que esta esencia poética que trasciende el hecho de escribir versos, es decir, que es poesía en tanto sistema de vida, en tanto cotidianeidad alucinógena, está basada en un superávit de sensibilidad, que en el caso de Cortázar, ni le cabía en el cuerpo.

Así, el mismo Cortázar escribiría que “no creo que el nivel de mi inteligencia fuera superior, pero el de mi sensibilidad sí”. En esto se centra la construcción de un mundo de cronopios. Desde la realidad se construyen las nuevas formas de vida en la que libertad conjuga con comunidad. Allí habrá lugar a los vasos comunicantes de una conciencia poética que es, ante todo, histórica.

Ojalá seamos capaces, algún día, de ser cronopios y dejemos ya de heredar, de nuestros antepasados, el único hecho de estar muertos.


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[1] Poeta y escritor colombiano, nacido en Bogotá en 1984. Cofundador del HumaNOismo y miembro del Grupo Poético Esperanza y Srena. Ha dictado varias conferencias sobre literatura y es estudiante de derecho en la Universidad Externado de Colombia donde además es auxiliar de investigación en Sociología Jurídica.

[2] Julio Cortázar. Notas sobre la novela contemporánea (1948). (En: “Obra Critica”). Alfaguara. 1994.

[3] Julio Cortázar. Loc. Cit.

[4] Susana Jakfalvi. Introducción a las Armas Secretas. Cátedra. 1993.

[5] Sobre la analogía histórica y alquímica de estos dos encuentros: LEZAMA-CORTÁZAR, CASTRO-GUEVARA, véase el ensayo “Cortázar y Lezama: Un Encuentro Latinoamericano”, del poeta colombiano Augusto Pinilla. Editorial SIC. 2003.


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CRONOPIO: (tomado de WIKIPEDIA - La enciclopedia libre - http://es.wikipedia.org/wiki/Cronopio) :
Cortázar utilizó por primera vez la palabra cronopio en un artículo publicado en Buenos Aires Literaria en 1952, comentando un concierto dado por Louis Armstrong en noviembre de ese año en el Théâtre des Champs-Élysées de París. El artículo se titulaba Louis, enormísimo cronopio. Cortázar explicó después en varias entrevistas cómo el nombre cronopio se le había ocurrido por primera vez poco antes en el mismo teatro, como resultado de una visión fantástica de pequeños globos verdes flotando alrededor en el semi-vacío teatro.
En sus relatos, Cortázar evita dar una descripción física precisa de los cronopios y se refiere a ellos sólo como "seres verdes y húmedos". Los relatos proporcionan claves acerca de la personalidad, los hábitos y las inclinaciones artísticas de los cronopios. En general, los cronopios son presentados como criaturas ingenuas, idealistas, desordenadas, sensibles y poco convencionales, en claro contraste con los famas, que son rígidos, organizados y sentenciosos; y las esperanzas: simples, indolentes, ignorantes y aburridas.
La mayor parte de las referencias a cronopios en la obra de Cortázar se encuentra en las 20 historias que forman la última sección de su libro Historias de Cronopios y de Famas. Algunos críticos literarios han buscado en este libro significados metafísicos ocultos, o una taxonomía universal de los seres humanos. El propio autor se refirió a estos relatos como una especie de juego y aseguró que le había producido un gran placer escribirlos.
El término "cronopio" terminó por convertirse en una especie de tratamiento honorífico, aplicado por Cortázar (y otros) a amigos, como en la dedicatoria de la traducción inglesa de 62: Modelo para armar, donde se dice: "Esta novela y su traducción están dedicadas al cronopio Paul Blackburn..."