lunes, 24 de diciembre de 2007

TERTULIA ( IV y V )


TERTULIA
Algunas ideas sobre la vida literaria ( IV y V )

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IV - Las raras relaciones de los literatos y los funcionarios. En todas partes los literatos y los funcionarios establecen relaciones muy complejas, pero aún lo son más donde los literatos no tienen oportunidad de organizarse independientemente según sus propios intereses y se ven obligados a buscar el auspicio de los funcionarios. Los funcionarios no son mecenas, y la mecánica interna de sus actos obedece a otros sistemas de fuerzas. Saben que su misión es el trato con el movimiento autoral, y los mejores se esfuerzan en convertir en productiva esa relación. Pero ellos y los literatos están incorporados a sistemas muy diversos, con rasgos a veces extraordinariamente diferentes. El funcionario no tiene por qué ser un creador, y es siempre un empleado estatal, que pone en función a una institución o dispositivo social para el fomento de la actividad creadora. En la mayoría de las ocasiones no tiene el poder ni la capacidad para intervenir ecológicamente en la fluencia aleatoria de la cultura, y se enmarca en lo que se encuentra estipulado para su frente de atención, según prescripciones y orientaciones internas de desarrollo instituidas desde arriba. Su facultad de diagnosis de un estado literario específico rara vez alcanza suficiente agudeza, pues no es parte orgánica de ese estado, y no tiene desarrolladas en él la intuición y la capacidad osmótica de entendimiento, que sirven en el literato ―tampoco en todos, solo en los de genuino talento― para captar las demandas y direcciones de un clima artístico, ni tiene a su servicio un instrumental científico idóneo para la auscultación profunda. El funcionario puede ser un literato, pero con ello se entra en zona llena de potencialidades y limitaciones. En cuanto literato, puede que disfrute ―se supone que en él sea más frecuente― de una capacidad de intelección más fina de su medio creador, por su sentido de pertenencia y su predisposición e información permanentes. Pero en cuanto funcionario está enmarcado, pues obedece a estrategias de otras instancias, que lo rebasan como artista. El funcionario que es literato se encuentra en una posición ética delicada, pues perteneciendo al campo de fuerzas dinámicas y conflictivas que es la vida literaria, ha de establecer una distancia virtuosa, que le permita influir positivamente sobre dicho campo. De todos modos, al escoger literatos para que ejerzan sus decisiones en los elementos componentes de la vida literaria, según los planes institucionales de fomento, cede su autoridad posible a creadores con los que no puede establecer contratos estéticos y que dictaminarán según sus belicosas pertenencias. Estamos refiriéndonos, desde luego, a funcionarios, sean literatos o no, que se encuentren plenamente identificados con sus encargos. Porque en ocasiones el funcionario, que solo actúa como un administrador o un trasmisor de directivas, o el literato, que está allí en los mecanismos de poder como parte de la estrategia de garantizar de alguna manera el éxito de su actividad creadora o la de los suyos, adquieren una influencia sobre el campo que resulta enteramente brutal para el desarrollo de la literatura.

V - No hay peor astilla que la del propio palo. Con frecuencia se oye a los literatos responsabilizar a los funcionarios de la existencia de determinadas deformaciones o injusticias del medio, pero esto es menos cierto de lo que se piensa cuando se refiere a legitimación, y no es a veces más que un artilugio o una fijación de una mala etapa histórica (aunque constantemente haya fuerzas tironeando hacia una implacable regresión del fenómeno). Realmente los funcionarios tienen mucha responsabilidad, pero ellos no dictaminan adentro del campo mismo. Todos los aspectos que tienen que ver con la conciencia estética, sus ensanchamientos o reducciones, escapan a sus posibilidades. Ellos estructuran las relaciones del Estado con el medio, pero delegan las actividades de distribución y conservación del valor enteramente literario. Cuando confieren valor directamente, resulta ser casi siempre de carácter extraliterario, por lo que en el medio ―sobre todo en los sectores más celosos de la inmanencia artística― la atribución puede ser observada con suspicacias y relecturas. La legitimación que pueden intentar los funcionarios es siempre puramente representativa desde el punto de vista literario, y la única legitimación que puede llegar a ser válida, en cuanto reconozca un tránsito genuino de la vida literaria a la literatura, la otorga el propio campo a través de todos sus componentes vivos que censan, avalan, interpretan, promueven, jerarquizan y conservan la información artística. Así que todo literato excluido, si no lo es por meras razones extraliterarias, cuyas maniobras suelen ser violentamente visibles o delicadamente instrumentadas, pero siempre interpretables para el afectado, debe probablemente su exclusión a una de las siguientes causas básicas: o su evidente insuficiencia artística, o las maniobras de otras conciencias literarias que ejercen con envidiable sutileza la capacidad de marginación de que disponen. Esa capacidad la adquieren al lograr un posicionamiento en el campo por aparentes o auténticos méritos artísticos, o por encontrarse incorporados a las tendencias dominantes, o por resultar vectores convenientes para los desideratos del poder. Ha de decirse, sin embargo, que las posibilidades de que los lectores puedan hallarse en condiciones de convertirse en una fuerza real y profunda de legitimación son hoy día escasas, y que toda legitimación proviene de hecho de otros literatos. Al adelgazarse la actividad crítica verdadera o esfumarse completamente, como sucede ahora mismo, se engruesa la alternativa legitimadora entre los propios literatos. Pero esta alternativa, en el orden factual, se vuelve un halar la sardina hacia la propia brasa, a veces tan resueltamente que produce la impresión de que el campo se ha tribalizado. Y en los componentes de la vida literaria que no tienen que ver directamente con la distribución del valor sino con ciertas prerrogativas o prestigios, se acumula de continuo una demanda que elabora con presteza sus propias jerarquías. Como los funcionarios se privan de establecer directamente jerarquías de índole artística, compulsados por sus deberes de atención y por sus intereses inmanentes, pueden equivocarse con honradez o impeler adrede el desarrollo de estas burbujas del valor. Son episodios de la vida literaria que suelen afectar momentáneamente la circulación de lo legítimo, pero de los que acaba levantándose la literatura con su perdurable riqueza.

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